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Existen muchos falsos mitos que siempre hemos creído a pies juntillas, como por ejemplo que la posición de las patas del caballo muestran la causa de la muerte del personaje que lo monta en la estatuas ecuestres: si tiene las cuatro patas en el suelo murió de forma natural, si tiene una sola pata levantada murió por las heridas recibidas en combate, y si tiene dos patas levantadas murió en el campo de batalla. Pero, ¿realmente estos es así? Francisco Javier Tostado, en su web sobre historia, medicina y otras artes, nos explica que se trata de una leyenda.
La única estatua de un emperador romano de la época precristiana que se conserva en la actualidad es la estatua ecuestre del emperador Marco Aurelio, la cual se puede visitar en el Museo Capitolino. El caballo tiene la pata derecha levantada de forma que, en base a la leyenda, debería haber muerto por las heridas recibidas en un combate. Pero en realidad no fue así. Murió en el año 180 a consecuencia de la viruela en la ciudad de Vindobona.
La estatua ecuestre de Felipe III, conocido como «el Piadoso», se encuentra en la Plaza Mayor de Madrid y es Bien de Interés Cultural desde 2017. Es obra del escultor italiano Juan de Bolonia en la primera mitad del siglo XVII. El caballo tiene una de sus patas levantadas, pero Felipe III murió a los 43 años por una enfermedad infecciosa.
La estatua ecuestre más grande del mundo es la de Gengis Kan, en Mongolia. Las cuatro patas están apoyadas en el suelo, lo que sugiere que no murió luchando. Pero los historiadores tienen otra versión: se cree que murió a causa de las graves heridas que sufrió al caerse del caballo cuando avanzaba con su ejército hacia China. Se desconoce la localización de su tumba, y la «búsqueda de la tumba perdida del Gran Kan» es uno de los principales retos de la arqueología en la actualidad.
Y, por último, merece la pena destacar el caso de Simón Bolívar. La estatua ecuestre del militar venezolano muestra al caballo con las dos patas levantadas, pero no murió en el campo de batalla, sino por una tisis tuberculosa, según la autopsia que le hizo el Doctor Alejandro Próspero Révèrend.
Por lo tanto, queda probado que lo que siempre nos hemos creído sobre las estatuas ecuestres no es más que un falso mito, una simple leyenda.
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